
La semana pasada me propuse terminar con todo el producto fresco que tenía en la nevera con la condición, además, de no tener que comprar ningún ingrediente extra. El motivo no era otro que marcharme de vacaciones navideñas. Lo llame el “reto cero desperdicios” y podéis leer el post entero aquí.
Sabemos que un tercio de la producción de alimentos es desperdiciada. Ya sea durante la producción o recolecta, la distribución o el uso que hacemos de los alimentos en casa, en la Unión Europea se desperdician anualmente 89 toneladas de alimento en buen estado. Todo ello debido a un sistema alimentario ineficiente en todas sus etapas, donde nuestro comportamiento como consumidores tiene un gran impacto. Los malos hábitos de compra y consumo, junto con una inadecuada gestión y manipulación de los alimentos, nos pone a los consumidores como parte responsable de la situación actual.
El reto cero desperdicios como tal no solo tiene connotaciones morales y económicas, sino también medioambientales. El Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente reporta que los desperdicios alimentarios anuales son responsables de 3,3 billones de toneladas de los gases de efecto invernadero que se vierten a la atmósfera. Imaginaos el ahorro medioambiental, pero también para nuestros bolsillos, si fuésemos un poquitín más conscientes a la hora de cocinar nuestros alimentos.
Con este ejercicio he aprendido algunas cosas nuevas sobre cómo ahorrar en la cocina y he sido mucho más consciente aún de otras. Por ejemplo, y aunque la planificación es una herramienta imprescindible para ahorrar, me he visto obligada a improvisar, hacer mezclas que jamás habría probado, algunas muy acertadas, otras no tanto, y ejercitar la creatividad. Ah! y os hablaré de las barreras autoimpuestas, algo de lo que no era en lo absoluto consciente.
Barreras para reducir los desperdicios alimentarios
Otras cosas de las que me ha dado cuenta es de las diferentes barreras que nos ponemos para reducir los desperdicios. Y es que el primer paso es aceptar el problema. Y aceptar que tú, eres parte del problema. Como con todo, tendemos a subestimar o sobreestimar diferentes situaciones, según sea lo aceptable socialemente. Por ejemplo, en una encuesta hecha en Estados Unidos, el 73% de los encuestados pensaban que desperdiciaban menos que el americano medio. No hace falta ser muy listo para saber que esto es matemáticamente imposible, con lo que parece que son muchos los que no lo tienen muy claro.
Una de mis barreras es el miedo a la nevera vacía. Me he dado cuenta de que siempre tengo la nevera llena de comida. Y si lo pienso bien, para qué quiero tanta comida si vivo sola y solo suelo hacer las cenas en casa. Afortunadamente gestiono bastante bien esa cantidad de comida, pues congelo bastante, pero como me comentaba Coproneta, un/a seguidor/a del blog, tenemos aún esa cultura de postguerra de hacer la compra mensual y tener la nevera llena de comida “por si acaso”. Por otro lado, está la posibilidad de elegir: cuanta más comida hay en la nevera, más posibilidades de elegir una comida diferente. Paradójico cuando hay una gran parte de la población con escasas habilidades culinarias.
Otra de las barreras que he identificado es la (buena) intención de utilizar la comida como muestra de bienvenida, afecto, o cariño a la familia y los amigos que nos visitan. Este hábito depende mucho de la cultura, pero cuántas veces habremos comprado comida (normalmente no muy saludable, por cierto) “para las visitas”, que al final terminamos tirando o, lo que es aún peor, comiéndonosla nosotros. Y digo lo de aún peor porque normalmente esa comida para invitados suele ser rica en grasa, azucares sencillos y sal. Vamos, lo opuesto a tener un frutero lleno para las visitas.
Si bien, como decía antes, el primer paso es reconocer que uno tiene un problema, el otro es buscar soluciones fáciles. Para mí, la necesidad de tener la nevera llena es una de esas barreras que quiero trabajar el año que viene. Una de las cosas que me llamó la atención de los hábitos que tienen los holandeses es que ellos no son de hacer compra semanal, mucho menos mensual (sobre todo la gente joven). Normalmente comen un sándwich, sopa o ensalada en el trabajo o en una cafertería, y compran lo que van a cenar ese día. O como mucho, compran para unos pocos días, pero no para semanas como hacemos en España. Voy a ver si soy capaz de adoptar esta costumbre local 🙂

Consejos para reducir los desperdicios alimentarios en Navidad (aplicables al resto del año)
Aquí os dejo algunos consejos para que estas Navidades gestiones tus desperdicios alimentarios de forma más inteligente:
Planificar con tiempo: a fecha 23 de diciembre igual no es buen momento para decirte que planees tu compra de Navidad. Pero seguro que aun estás a tiempo de revisar y modificar los menús, las cantidades que vas a preparar, o el número de aperitivos, postres o dulces que vas a sacar a la mesa. Lo cual me lleva al segundo punto.
Preparar las cantidades justas: la mejor manera de aprender a preparar las cantidades justas es, precisamente, cocinar. La experiencia te ayudará a estimar si la cantidad de ingredientes que utilices va a ser suficiente o no. Seguir las recetas tampoco es mala idea, aunque también te digo que hoy en día tenemos tan distorsionado lo que es una ración normal, que mucha gente ve como pequeñas raciones que son más que adecuadas para un adulto sano. Utilizar una vajilla pequeña (vamos, una vajilla normal y no esos platazos tan monos pero tan poco prácticos que tendemos a llenar de comida de manera desmesurada) es otra medida que te ayudará a controlar lo que pones en los platos.
Utilizar lo que se tiene en casa y arriesgar con las combinaciones: es una de las cosas que, más que haber aprendido, he sido consciente de lo importante que es. Si para una receta falta un ingrediente, no pasa nada por no utilizarlo o sustituirlo por otro diferente. Innovar, atreverse a mezclar y dejar fluir la creatividad culinaria son ejercicios recomendables y muy satisfactorios, ¡sobre todo cuando salen bien! 🙂
Almacenar restos de forma adecuada y reutilizarlos: para ello nada mejor que disponer de una buena colección de recipientes herméticos de buena calidad. Anotar la fecha en la que se ha preparado el alimento es importante, sobre todo si va a ir directo al congelador. Y evitar que los ingredientes estén húmedos o con restos de otros alimentos ayudara a que su vida útil se prolongue un poquitín más si los guardas en la nevera. Preparar nuevas recetas con las sobras es un ejercicio de creatividad asombroso. Si no fíjate en los canelones que se preparan el 26 de diciembre con los restos de la comida de Navidad en Catalunya. Sublimes!
Utilizar partes consideradas como no comestibles: el tronco del brócoli, partes feas de verduras, huesos o espinas para hacer caldo, preparar las patatas o zanahorias con piel (bien limpias, eso sí) son formas tambien de aprovechar alimentos. Aquí tenéis algunas ideas más para aprovechar partes de alimentos que se suelen descartar.
(Extra ball) Identifica patrones de desperdicio alimentario en tu casa: fíjate en las próximas semanas que tipo de comida es la que tiras. ¿La tiras porque tenías demasiada y se te ha puesto mala? ¿La podrías haber congelado? ¿O podrías haber comprado menos? ¿Te ha faltado tiempo para cocinarla? ¿O es que no sabías cómo prepararla? ¿Te dices, qué me apetece cenar en lugar de qué tengo hoy pare cenar? Una vez hayas identificado tus puntos débiles, hazte un plan para modificar esas conductas, empezando por las que te resulten más sencillas de cambiar.
Estos consejos no se alejan mucho de los que ya os di hace casi cuatro años en este post. Mucho ha llovido, y mucho se ha hablado sobre el impacto que tienen nuestros desperdicios alimentarios, pero nunca está de más recordarnos de vez en cuando por qué es importante para nosotros, nuestra sociedad y para las generaciones futuras una gestión correcta de los alimentos disponibles.
Desconecto, ahora sí, hasta el año que viene. Que tengáis unas felices fiestas y os deseo un gran 2017!
Gracias por leer,

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